Estoy trabajando en un libro. He grabado decenas de horas de entrevistas y faltan muchas más.
Como no hay manera de convertir automáticamente esas grabaciones en texto con un mínimo de exactitud, ¿debo pagar a alguien miles de dólares para transcribirlas, o gastar cientos de horas de mi propio tiempo para hacerlo?
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La respuesta correcta es ninguna de las dos cosas. En los viejos tiempos de la cinta analógica, cuando uno tenía que avanzar y retroceder constantemente para encontrar un comentario particular, la transcripción era prácticamente obligatoria. Pero ahora, gracias a mi grabadora digital de voz, los archivos reemplazan a las cintas y el software de reproducción me permite saltar de un lado a otro de la grabación al azar, o incluso escuchar a alta velocidad sin oír voces que parecen las de las Tres Ardillitas.
Tampoco voy a emplear mucho tiempo organizando mis notas. Gracias al software de X1 para realizar búsquedas en el escritorio, puedo recuperar y revisar rápidamente datos que están tan desorganizados como mi escritorio. Como con las transcripciones, usar el software de indexación ejemplifica la Tercera Ley de Manes: Nunca se comprometa a gastar montones de tiempo o dinero ahora para ahorrarse posiblemente una pizca de tiempo o dinero después.
Pero mi ley realmente da resultado cuando se usa para evitar la tecnología, no para adoptarla. El ejemplo clásico es el escáner de tarjetas de presentación. Digitalizar cientos de tarjetas y revisar los resultados para corregir los errores inevitables es una tarea que, a no dudar, toma horas. Sin embargo, barajar su pila de tarjetas para la rara ocasión en que necesite una dirección probablemente le tomará unos minutos.
Los dispositivos de navegación por GPS también le obligan a pagar mucho ahora para obtener muy poco beneficio después. Compre uno y tendrá que aprender a usarlo y perder tiempo esperando a que encuentre los satélites. ¿El beneficio? Evitará la extraña situación de perderse y tener que usar el teléfono para que alguien le indique cómo llegar. Y posiblemente termine perdido de todos modos: en una ocasión mi editor, a quien le encanta el GPS, puso en el sistema de su automóvil el nombre del hotel de San Francisco donde me hospedaba, pero lo mejor que pudo hacer el artefacto fue salir con un lugar de nombre parecido que se encontraba a cientos de millas de distancia.
Hacerle “ripping” a una colección grande de CD para llevarla a un formato como el MP3, que algún día quedará obsoleto, es otro gran ejemplo de pasar trabajo al principio para obtener poca recompensa, a menos que la satisfacción de saber que puede tocar la canción “Chewy Chewy” dondequiera que vaya aunque no la haya oído en años vale más que el tiempo que le tomó digitalizarla.
Este cálculo de esfuerzo-recompensa se aplica por triplicado a los costosos servidores de medios para el hogar. ¿Cuánto terminará pagando en dólares y tiempo de actualización cuando más adelante quiera un formato de más alta definición que el que puede manejar su equipo actual? ¿Exactamente qué nivel de holgazanería hay que tener para no querer llevar un CD o DVD de un cuarto a otro?
La Tercera Ley de Manes también es aplicable cuando usted considera cambiar de un producto a otro. ¿Cuánto tiempo le tomará trasladar todos sus datos y programas? ¿Y cuánto tiempo necesitará para aprenderse los detalles del nuevo sistema? Esas penalidades son seguras, pero su nuevo producto no ofrece garantías sobre el tiempo que realmente le va a ahorrar.
Comience a mirar al mundo de la tecnología de esta manera y terminará apreciando esos productos y servicios que son simples y muy automatizados, y cuyos beneficios son sumamente útiles, como la posibilidad de hacer automáticamente una copia de seguridad de sus datos en un lugar seguro de la Internet sin tener que poner mucho de su parte.
Después de todo, ¿no es el propósito de la tecnología ahorrarle tiempo y dinero, en vez de gastárselo?
-Por Stephen Manes